La historia de mirryp: Mantenerme activa y ocupada me ayuda a lidiar con el cáncer de mama (seno) metastásico

Como corredora experta, mirryp no ha dejado que el cáncer de mama metastásico le impida disfrutar de su pasatiempo favorito.
 
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mirryp forma parte de la comunidad de Breastcancer.org.

En la primavera de 2011, a los cuarenta y nueve años, estaba entrenando para mi segunda participación en la maratón de Boston y me estaba costando mucho. Me sentía constantemente cansada, con dolor de espalda, cada vez más lenta en lugar de ir ganando velocidad en las vueltas, con náuseas ocasionales y muchos sudores nocturnos. Se lo atribuía a una combinación de la menopausia inminente y el entrenamiento extremo. “Lindo momento para llegar, menopausia”, pensaba. Para los maratonistas, entrar a la maratón de Boston y correrla es como vivir un momento olímpico personal. Durante la etapa final del entrenamiento que se da unas tres semanas antes del evento, en las cuales se reduce la intensidad (lo que se llama “tapering” o “reducción gradual” en el mundo de los maratonistas), no experimenté la recuperación de energía que había sentido en los ciclos de entrenamiento de las carreras anteriores. Corrí la carrera, pero vomité varias veces, sentía una irritación terrible en el pezón izquierdo y tardé una hora más que el año anterior. Concluí, en consulta con los integrantes de mi club de corredores (¡¿quién necesita un médico?!), que me había excedido en el entrenamiento. Dejé de salir a correr todos los días durante algunas semanas. Pero seguía cansada y la grieta del pezón no cicatrizaba, así que decidí que era hora de hacerme un examen físico, siete meses después de mi último examen y la última mamografía.

Cuando consulté al médico y me preguntó por la cita anterior, le conté lo del cansancio y le mostré lo que tenía en la mama izquierda. Me di cuenta, por la cara que puso, que no era algo bueno. Me pidió permiso para sacarme una foto y mostrársela a un colega, sin que apareciera mi cara. Me dijo que regresaría en un segundo. Mientras, respiré profundo varias veces y conté los tablones del techo en su ausencia. Cuando regresó, me dijo que quería que consultara de inmediato a un cirujano que atendía allí mismo; de hecho, dentro de una hora. Me hicieron una biopsia sin demoras de la piel que rodea la mama y, dos días después, el cirujano, a quien apodamos el Dr. Perdición, nos llamó para comunicarnos los resultados: cáncer de mama metastásico en estadio IV. Luego dijo: “Dos años”.No lo queremos al Dr. Perdición ni a su trato con las personas, pero hizo lo posible por conseguirnos una consulta con un oncólogo de inmediato, una hora después de verlo. En camino al consultorio del oncólogo, yo no salía del asombro. No sabía nada sobre estadios, ni que el IV fuera malo ni sabía qué quería decir “metastásico”. Le dije a mi esposo: “Dos años de tratamiento no van a ser fáciles de llevar”.Él contestó: “Creo que quiso decir dos años de vida. Que un oncólogo nos dedique su hora del almuerzo para verte de inmediato probablemente no sea una buena señal”.

El maravilloso Dr. K no estuvo de acuerdo con eso de “los dos años” cuando le explicamos lo que sucedía. Usó términos esperanzadores para explicar que era incurable pero tratable. Que era posible tener calidad de vida. Se ausentó un momento de la habitación, y yo conté los tablones del techo mientras mi esposo lloraba en silencio. Regresó con papeles impresos y todo entusiasmado a explicarnos que creía que yo era elegible para un ensayo clínico. Seguía impactada. Sin saber nada sobre los ensayos clínicos, le pregunté lo que siempre se pregunta: “Si se tratara de su esposa, ¿qué recomendaría?”.

Así que me hicieron varias pruebas para confirmar si era elegible. Un estudio clínico de fase III, en el que se comparaba Ixempra y Avastin con otro medicamento de quimioterapia y Avastin. Era un ensayo aleatorizado, así que no sabía qué medicamento me iba a tocar, pero él me aseguró que ambos eran buenos tratamientos. Ixempra es un medicamento más antiguo, con más efectos secundarios, pero eficaz. Me hicieron una exploración ósea, una exploración con TEP, un electrocardiograma, una radiografía de tórax y una RM. El seguro aprobó la inscripción y la cobertura, y mediante las pruebas se confirmó que era elegible. Pero también revelaron que tenía cáncer en la columna, la pelvis, el esternón, micromanchas en el pulmón y un tumor de 5 cm en la mama izquierda. Me seleccionaron para recibir Ixempra en forma semanal: tres semanas sí, una semana no. Avastin cada dos semanas y una infusión mensual de Zometa. Me dijeron que tomara vitamina D, magnesio y una aspirina diaria, y que evitara los alimentos cítricos. Tomografías computarizadas cada dos meses para ver si funcionaba. Durante los primeros diez meses, el tumor mamario y las manchas en el pulmón habían disminuido, y la situación ósea se mantenía estable. Durante los cinco meses siguientes, todo se mantuvo estable. Si bien Ixempra se considera un medicamento severo, lo pude manejar bien. Seguí trabajando a tiempo completo, corrí entre 1 y 2 millas (1,5 y 3 km) varias veces por semana y ayudé a mi hija a planear su boda. Nunca se me cayó el pelo, aunque sí se debilitó un poco, y perdí el vello de las cejas y las pestañas. Solo náuseas leves y mucho dolor óseo y fatiga. Unos cuatro meses después de comenzado el tratamiento, la FDA aprobó la administración de Avastin para el cáncer de mama. Hablamos sobre si debíamos continuar el tratamiento o no y, como el tumor había disminuido y el valor de presión arterial estaba bien, decidimos continuarlo.

Luego de quince meses, el cáncer de mama había avanzado solo un poco, aunque el Dr. K dijo que probablemente era una interpretación de la persona encargada de la radiografías, porque era muy leve. Pero, por eso, dejé de reunir las condiciones para el ensayo clínico. La buena noticia es que el cáncer era positivo para receptores de hormonas y podía responder bien a los medicamentos antihormonales. El Dr. K dijo que Femara era un comprimido poderoso. Hasta ahora, no se ha equivocado. He recibido infusiones mensuales de Zometa y he tomado Femara y vitaminas de venta libre durante treinta y cuatro meses; todo se ha mantenido estable, y los marcadores tumorales arrojaron valores normales. ¡Cuarenta y nueve meses vamos ya!

El otoño pasado corrí media maratón y estoy entrenando para la segunda desde el diagnóstico, que será en el otoño otra vez. La semana entrante voy a correr por una montaña acompañada de mis hijos adultos y mi nieta. El pasado Año Nuevo esquié con mi esposo, hijos y nietos. Sigo trabajando a tiempo completo. Tengo algo de neuropatía y fatiga; la quimioterapia no fue gentil con mis dientes y encías, y extraño mis cejas y pestañas, pero sigo viviendo una vida bastante normal. Infusiones mensuales de Zometa, consultas médicas cada tres meses con una prueba de marcadores tumorales y tomografías computarizadas cada seis meses. No estoy segura de por qué he sido tan afortunada. Soy obstinada, tengo un buen médico que contagia esperanza y me mantengo activa y ocupada. Me siento de noventa y cinco años cuando me despierto por las mañanas y siento como si fuera el Hombre de Hojalata, que necesita aceite para funcionar. Pero una vez que estoy activa y en movimiento, me siento bien durante varias horas; en algunos momentos, me siento increíble.

Intento vivir en el presente y disfrutar cada día. Viajamos mucho. Paso tanto tiempo como sea posible con mis seres queridos, busco experiencias nuevas y trato de seguir aprendiendo. La parte más difícil es no saber, los pensamientos que me dicen que "quizás no estaré viva en ese momento". Económicamente, es difícil planificar: ¿debería jubilarme y gastar el dinero que he ahorrado para cuando sea anciana o debería seguir trabajando con la esperanza de estar viva en diez años para jubilarme según los planes iniciales?

Lo que más me ayuda es seguir en movimiento. Continuar haciendo planes, tener algo que esperar en el futuro. Algo especial cada día, semana y mes.

Las pequeñas cosas que hicieron otras personas por mí durante la quimioterapia fueron superútiles: llamar para ver si quería que fueran a la tienda a comprar algo que necesitaba; preguntar si quería que sacaran a pasear al perro al parque con el suyo; regarme las plantas el día de quimio. Me enviaron tarjetas para hacerme saber que pensaban en mí. Pero lo que más me ayuda ahora es que me traten con "normalidad". Me sigue gustando reírme. Veo fotos de antes y extraño a esa persona saludable. Honestamente, lo que más me gusta son los comentarios sobre lo feliz, linda y bien que me veo hoy.