La historia de Gardengirl66: Hago todo para que el cáncer sea menos aterrador para mis hijos

Gardengirl66 demoró el seguimiento de las pruebas porque sabía que los resultados cambiarían la vida de su familia.
 
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Gardengirl66 forma parte de la comunidad de Breastcancer.org.

Cuando me lo diagnosticaron, tenía cuarenta y siete años. Soy una mujer casada, con dos hijos que, en ese momento, tenían catorce (la nena) y diez años (el varón). Me dolía la axila derecha; el dolor se extendía hasta las costillas. Sentí dolor en esa zona durante dos meses antes de consultar al médico. Nuestro médico de cabecera me preguntó si quería hacerme una mamografía, solo para descartar cualquier cosa, y nos reímos, porque nunca me había hecho una y porque lo viví como si fuera a tachar algo de mi lista de pendientes antes de morir. Me la hice en junio de 2013. Me llamaron del centro para [sugerirme] que volviera para hacerme otra, además de una ecografía, porque los resultados mostraban una posible anomalía.

No respondí. [Esperé] hasta septiembre de 2013 para lidiar con eso y hacerme la segunda mamografía. Había terminado la escuela, estaban empezando las vacaciones de verano, los chicos recibían amigos en casa, y no quería que conectaran mi salud y las pruebas con el hecho de que su [verano] se arruinaba o había sido “el momento en que mamá recibió el diagnóstico”, etc. Todos pasaron un verano fabuloso, así que fui a hacerme la siguiente serie de pruebas y a escuchar el cuestionamiento del equipo médico de por qué había tardado tanto en volver.

Ni en la segunda mamografía ni en las radiografías se encontró nada. (¡Qué linda sensación!). Pero quien me realizó la ecografía me dijo que se veía una marca irregular negruzca, de unos 3 a 9 mm, más alta que ancha, que medía lo mismo que lo que creyeron ver en junio. (Que sensación triste). El bulto estaba en la mama izquierda, en la posición de la una de las agujas del reloj. El 28 de octubre, mi esposo me acompañó al hospital, donde me hicieron cuatro biopsias por punción con aguja gruesa. Tuvieron que congelar ese tejido mamario. Como mínimo, en cuatro oportunidades, se me cayeron las lágrimas. Me dijeron que creían que era cáncer y que, por mi reacción, era probable que estuviera adherido a un nervio. Se disculparon por comunicármelo, pero les dije que yo sabía en mi interior que sería cáncer. Se portaron muy bien y me cuidaron mucho. Me dieron los resultados sin demoras. A las dos semanas, volví al consultorio médico, y preparamos todo para consultar al cirujano. Lo más gracioso es que el dolor que tenía en la axila derecha desapareció después de la biopsia, y el tumor se detectó en la izquierda.

Se programó la cirugía para el 20 de diciembre. Junto con mi cirujano acordamos que me sometería a una mastectomía parcial. El Dr. Creedon fue un cirujano fabuloso; amé su trato conmigo, toda la información que me compartió y la forma en que me hablaba con cariño y respeto. Nunca me había sometido a una cirugía, y solo estuve internada en un hospital dos veces, cuando fui a dar a luz a mis hijos. Me hicieron la cirugía, me explicaron todo, todos geniales. Estaba en casa a la hora de la cena y me sentía bien. Me dieron morfina para tener a mano si la necesitaba para manejar el dolor. Al día siguiente, pude llevar a mi hija a Cavallia y me sentía bien. Fui a ver al cirujano una semana después. Todo estaba cicatrizando bien, y yo hacía los ejercicios para [el] brazo. El Dr. Creedon me dijo que hiciera todo lo que quisiera en las siguientes seis semanas, que me relajara, viajara, lo que quisiera, antes de comenzar la quimio. También me extirparon tres ganglios linfáticos; encontraron uno positivo de 1 mm.

Tenía la axila inflamada, pero estaba sanando bien. Nunca tuve infecciones. Con ejercicio (que me producía dolor en ese momento), recuperé el movimiento por completo, pero sigo sintiendo entumecimiento en la axila, como si estuviera congelada.

Elegí y acepté hacer quimio primero y, luego, radiación. Un ganglio positivo, un tamaño final de bulto canceroso de casi 1 cm, carcinoma ductal invasivo y altamente positivo para hormonas: 8/8. Todos dieces, como dijo una persona allegada que se dedica a la enseñanza. Solo sentí que había que zambullirse en lo profundo y no pensar de más ni investigar cada tratamiento. Solo un día a la vez.

Me recomendaron docetaxel y ciclofosfamida cada tres semanas, por un total de cuatro ciclos. Me hice la quimio en el hospital local; de nuevo, con un excelente equipo de enfermería y personal auxiliar. También recibí inyecciones de Neulasta en una clínica local, donde desplacé a otras pacientes para estar protegida contra las infecciones al llegar y al irme. Tengo un plan de atención sanitaria y seguro de salud extendido a través de mi empleo. No pagué nada por las inyecciones: el 80 % las cubrió Blue Cross; el resto, el programa Victory.

Los medicamentos de apoyo para la quimioterapia: Kytril, Maxeran, Decadron, Emend, ranitidina y Claritin 24-Hour para el dolor óseo que producen las inyecciones de Neulasta. La primera semana fue la que sentí más dolor. Sentía como si me hubieran golpeado y arrojado de un auto... bueno, como imagino que eso se sentiría... En el día catorce de la primera quimioterapia me afeité la cabeza. No me gustó, pero, al mismo tiempo, me sentí bien. Empecé a usar una peluca, que obtuve a través de mi cobertura extendida de atención sanitaria. Me costó un poco acostumbrarme a ella y luego la usaba cada vez que salía de casa. Era algo que me habían pedido los chicos, para que les resultara todo más normal. Y recibí muchos piropos.

La quimio me pareció tolerable, y me sentí afortunada de que fueran solo cuatro rondas, ya que los efectos secundarios perduraban un poco más con cada ciclo. El equipo oncológico me dijo que, cinco años atrás, hubiera tenido que someterme a ocho tratamientos. Nunca vomité, pero sí sentí náuseas por momentos. El cambio en las papilas gustativas fue espantoso. Recibí la última dosis de quimio el 11 de abril y empecé el tratamiento con radiación el 3 de mayo.

El pelo me empezó a crecer a las cuatro o cinco semanas posteriores a la finalización de la quimioterapia. El tratamiento consistió en dieciséis [sesiones] de radiación en toda la mama izquierda y en los ganglios regionales con refuerzo en el área de la incisión. Usé la crema GlaxalBase y otra preparación con caléndula para humectar toda el área. De alguna manera, la piel permaneció intacta; tuve costras y descamación tres veces antes de que cicatrizara. No usé sostén durante ese tiempo, pero usé camisetas sin mangas. Y tampoco hice mucho ejercicio.

Regresé al trabajo durante el tratamiento con radiación, creo que a mitad de este, y no he parado desde ese momento. Tengo días de licencia permitidos por el trabajo y tuve la suerte de no tener que preocuparme por el empleo, las finanzas o la atención sanitaria. Trabajo para una municipalidad que otorga buenos beneficios y pertenezco a un sindicato.

Tengo menopausia inducida por la quimioterapia, con bochornos durante el día, sudores nocturnos y deshidratación, ¡pero eso no duele! Unos tres meses después de la quimio, llegó la artritis. Según me explicaron, es otro efecto secundario de la menopausia inducida por la quimioterapia; es una reacción fuerte del cuerpo a eso. Desde que empecé con el tamoxifeno, mejoró un poco. Debo estar recibiendo la dosis justa de estrógeno para tener la artritis bajo control. Tengo cuarenta y ocho años, pero me siento una anciana por momentos y lo odio.

De todo el tratamiento, la parte más difícil fue contarles a mis hijos y a mis padres. Va mejorando, pero intentar encontrar una nueva normalidad y llevarla adelante no ha sido fácil. Todo es muy surrealista. No tengo antecedentes familiares de la enfermedad, gozo de relativa buena salud, bebía alcohol en forma moderada, comía poca carne, amamanté... tenía que pasar, se ve. Nunca lo habría detectado si no hubiera sido por el extraño dolor que sentía en el costado, que terminó desapareciendo. No me habría hecho una mamografía antes de los cincuenta; es decir, recién tres años después de cuando me lo detectaron, y quién sabe en qué estadio estaría.

Una parte de mi historia que quisiera mencionar es que afeitarme la cabeza fue una manera de aligerar la situación con mis hijos, porque se convirtió en una celebración, con pastel helado incluido. Después de cada sesión de quimioterapia, íbamos a un restaurante distinto que elegíamos por turnos. Eso lo volvía menos aterrador para ellos y era una manera de mostrarles que se puede lidiar con el cáncer.

Me siento muy agradecida todos los días y disfruto cada día de las pequeñas cosas. Este sitio web ha sido de gran ayuda durante el tratamiento; en especial, la lista de compras para atravesar la quimioterapia.

Nota: La pintura que se ve detrás de mí en la foto es de una amiga mía, la artista Cheryl Painter, que me inspiró durante todo este proceso.