La historia de eggroll: Una mamografía con retraso que llegó justo a tiempo

La recurrencia del cáncer de una hermana fue la alerta que derivó en el diagnóstico de eggroll.
 
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eggroll forma parte de la comunidad de Breastcancer.org.

Me horroricé cuando me enteré de que el cáncer de mi hermana había regresado 12 años después de su primer diagnóstico. Le programaron una mastectomía. La idea se me cruzó por la cabeza... “¿Y si yo también?”.Tenía exactamente la misma edad que ella cuando se lo diagnosticaron por primera vez. Y debía haberme hecho la mamografía un año antes. Después de mi inyección para la alergia, mi esposo me llevó a la clínica de la mujer que quedaba justo en el piso de abajo. Me dieron una consulta de inmediato. En menos de 48 horas, me detectaron una “pequeña masa cubierta de espículas en crecimiento”.Esta descripción correspondía a un tumor con forma de estrella que casi siempre es maligno. Sin embargo, el resultado de la biopsia con aguja gruesa indicó que era benigno. Celebré hasta que esa mañana aprendí una palabra nueva: “Discordante”.Entonces me insertaron un alambre en la mama y, a continuación, crucé la habitación con un alambre que salía de mi cuerpo hasta el mamógrafo, donde dejé una mancha de sangre. Me vendaron para el camino y recorrí la ciudad hasta el centro donde me practicarían la cirugía. En lo que respecta al cáncer, supongo que me gané la lotería. Lo llaman un “caso leve de cáncer aletargado”.

Pero, un mes después, me extirparon seis ganglios linfáticos. Y si bien ninguno presentó indicios de metástasis, se me hinchó un poco el brazo y tenía un dolor atroz cuando trabajaba con la computadora durante horas. Consulté a un terapeuta especializado en linfedema y me dio una manga. Una semana después de la radiación, la mama afectada se me hinchó y se me puso rosa. Consulté a un médico distinto cada día durante tres días. Al tercer día, le dije a la enfermera: “No me voy a ir hasta que alguien me diga qué es esto”.Tenemos nombres elegantes para raspones y moretones, pero a nadie le gusta decir “linfedema”.

Incluso ahora, no tengo diagnóstico [de linfedema], y sin embargo, voy a necesitar masaje de drenaje linfático dos semanas después de la radiación. Confieso que, al principio, sentí que mi vida era como un castillo de naipes que se venía abajo en cámara lenta. Me preocupaba el riesgo de infección. Había veces en que llegaban las facturas y me sentía culpable. No pude continuar cuidando a un familiar con retraso madurativo y tuve que solicitar un tutor público. Seis personas, entre amigos y familiares, también se enfrentaban al cáncer. Mi hogar se había convertido en un nido vacío. Luchaba contra la apnea del sueño, la artritis y la menopausia.

En la clínica, conocí a una enfermera orientadora de pacientes, a una trabajadora social, a un capellán y a un masajista. Ahora mi actitud cambió por completo. Adquirí conocimientos e hice amigos en Breastcancer.org. El domingo pasado, fui a la iglesia y sentí el efecto tranquilizador de la fe. Disfruto de los masajes terapéuticos a pleno y sin ningún rastro de culpa, y hago un par de sudokus todos los días. Ahora puedo escribir, cocinar y limpiar con la mano que no es la dominante, lo cual me enorgullece mucho. Me hice amiga de la máquina elíptica, y la comida saludable sabe deliciosa. Mis clientes tuvieron la gentileza de darme tiempo para que pudiera recuperarme. Y lo mejor de todo es que por fin siento que tantos tratamientos y gastos valen la pena porque me salvan la vida. Para mí, la clave fue lograr construir una estructura de apoyo a mi alrededor y aprender a usarla. Puede haber problemas, pero también momentos de alegría. Mi hermana y yo volvimos a vivir con agradecimiento y felicidad plena.