La historia de Kate: De fuerte a decidida: cómo salí del cáncer de mama

Después del tratamiento, Kate reflexiona sobre el nuevo mantra que adoptó.
 
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Kate Rosenblum, PhD is a member of the Breastcancer.org Virtual Meetups. She lives in Ann Arbor, Michigan, USA, with her wife, their children, two dogs, and two cats.

Los brotes verdes se abren paso entre las hojas esqueléticas del otoño pasado, dejando pequeños terrones de tierra a un lado. No se preocupan por lo que podría pasar y, desafiando las predicciones de heladas, sus bulbos subterráneos se fortalecen con el calentamiento del suelo.

Yo también estoy emergiendo. Dos años después del diagnóstico y el despliegue de exploraciones, biopsias, infusiones, radiación y operaciones ya superado, me enfrento a la posibilidad de que pueda estar bien.

Cuando recibí el diagnóstico, una amiga cuya madre había sobrevivido al cáncer de mama me regaló una pulsera. Pequeñas cuentas redondas de piedra rosa, atadas con hilo elástico, enmarcaban pequeños cubos blancos con las letras: s-t-r-e-n-g-t- h (que, en inglés, forman la palabra “fuerza”). “Ayudó a mi madre, y ahora tú deberías tenerla”. La pulsera se estiró alrededor de mi mano y se ajustó cómodamente a mi muñeca. Durante semanas la llevé día y noche, en la cama o en la camilla cubierta de papel agrietado, con aquella extraña bata de paciente. Cada día que pasaba, la pulsera me quedaba más incómoda. No por el tamaño. No, la banda elástica ajustaba en el grado perfecto. Pero en lugar de darme fuerza, las letras negras casi parecían burlarse de mí: ¡Sé fuerte! ¡Sé fuerte! ¡Sé fuerte!

La fuerza era el pequeño motor que podía. Pero no sentía eso. A causa del miedo, las náuseas y el agotamiento, me vi pelada, emocional y físicamente. “Fuerza” rezaba admoniciones para “patearle el trasero al cáncer”, una batalla con vencedores y vencidos. Vulnerable y en carne viva, y con el tratamiento por delante, solo podía pensar en mi siguiente paso.

Necesitaba una palabra nueva, un mantra, una guía, elegida por mí misma. Ahora, en mi muñeca, pequeñas piedras duras de color gris azulado y diez cubos blancos: d-e-t-e-r-m-i-n-e-d (que, en inglés, forman la palabra “decidida”).

A pesar de la esperanza, llega otra helada. Los pequeños brotes expuestos, sus puntas se vuelven grises, y la única flor amarilla, pesada por la escarcha, se inclina hacia la tierra. Decidida, volverá a ponerse en pie, con los pétalos menos firmes y desgastados, pero sobreviviendo.