La historia de Jacquie: Duraznos dulces: Cómo superé tres diagnósticos a lo largo de 50 años

A lo largo de los diagnósticos, Jacquie recordaba la actitud de su madre ante los desafíos de la vida.
 
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Jacquie Anderson es integrante de la Comunidad de Breastcancer.org en Boston, Massachusetts, EE. UU.

¿Te imaginas estar embarazada a los 28 años, en una relación que se había malogrado, con otros dos niños, y no saber qué hacer? Todavía puedo verme sentada en esa silla y al hombre que creí que estaba enamorado de mí, pensando que estábamos construyendo una vida. Y, de repente, todo se vino abajo. Me sentía como en una de esas películas o novelas, en busca de mi futuro. Pero esto era la vida real.

Recuerdo cuando el médico pronunció esas palabras, y yo estaba sentada allí con este hombre, el padre de mis hijas, esperando que me abrazara, cosa que nunca ocurrió. El médico rodeó el escritorio y se acercó a abrazarme. Me levanté de la silla y, a partir de ese momento, comencé a luchar en todas las facetas de mi vida. No tenía a nadie que realmente me escuchara, ni siquiera mi madre. Mi padre había muerto, y mis hermanas parecían vivir en un lugar y en un tiempo propios. Así que no contaba con la presencia física de nadie. Solo tenía a Dios.

No puedo hablar con las personas acerca de sus creencias, pero para mí... siempre fui un poco diferente. Hacía preguntas. Les preguntaba a los médicos qué posibilidades tenía mi bebé. Tomé la decisión de llevar el embarazo a término. Empecé con la lumpectomía. Y esto fue a mediados de la década de 1970. Era una época de muchos cambios para las mujeres. Las mujeres de color avanzaban. Se abrían puestos de trabajo. Recién salíamos de la era del movimiento por los derechos civiles. Había avances para educar a las mujeres en la atención sanitaria, y el bienestar era la máxima prioridad. Yo tenía dos hijas y una en camino.

Quiero decir que era esa época, por eso elegí la frase que siempre usa mi madre para hablar de las experiencias de la vida. Y mi madre tenía las que, para mí, son las palabras adecuadas a la hora de describir la dulzura que podemos encontrar en los caminos de la vida. Una visión de vida que ella realmente me inculcó: "duraznos dulces en el camino". Mi historia no es diferente de la de cualquier mujer u hombre que haya oído el sonido de la respiración ante la [pronunciación] de esa palabra, "cáncer". Es como si, de repente, la vida te interpelara: "¡Aquí estoy!". Créanme que sí, incluso hoy, todavía me hace darme cuenta de todas las bendiciones que tengo.

Puedo sentarme con algunas compañeras y hablar de las viejas máquinas de mamografía, los sótanos fríos, las oficinas monótonas, los escasos folletos de concientización... tantos recuerdos de aquellos primeros años. Todavía recuerdo a algunas de mis amigas que murieron por aquel entonces, las horribles cicatrices de la cirugía, las miradas perdidas de las mujeres cuando preguntaban: "¿Esto es lo último?" o "¿Qué hago o qué digo? Por favor, que alguien me ayude".

Pobre de mí, no tenía a nadie más que a Dios. Debía cuidar a mis hijas y a mi bebé recién nacida. Era mucho. Pero sobreviví a esa primera batalla contra el cáncer de mama, y a todo lo que vino en ese paquete de vida.

Mi historia no termina con la primera ni con la segunda batalla contra el cáncer. Quiero decir que, por ejemplo, podría llenar diarios contando todas mis batallas contra esta enfermedad. Las batallas en las que ayudé a tantas mujeres, e incluso hombres, que lucharon... algunos incluso murieron. En todas, sentí el llamado a la acción. Trabajé para concientizar a comunidades que creían en quedarse en la oscuridad.

Recuerdo cuando diseñaba programas de formación para mujeres de color infectadas por el VIH/SIDA. Conseguí que me permitieran introducir la concientización sobre el cáncer en esas sesiones de capacitación. Tomé estas medidas con seriedad. Los médicos me pidieron que hablara con mujeres de otras partes de Estados Unidos y de otros países. Las mismas medidas que tomé para mi vida... quería que las conocieran las mujeres.

Nunca pedí ningún tipo de agradecimiento, simplemente digo: "Esto es lo que nos enseña el amor y la bondad, e incluso a veces la amargura de la vida. El sabor a duraznos dulces de la vida es lo que nos saca adelante". Los que se caen por el camino y quedan allí, a la espera de la muerte. Y, sin embargo, nos quedamos cuando los dolores de la vida y las personas que amamos nos hacen daño porque no pueden entender cómo sobrellevar esto.

Viví por esas tres hijas y vivo hasta hoy por ellas. Me hice cargo de los sentimientos de tantas mujeres y de sus familias que hubo momentos en los que me olvidé de mí. Oigo a personas enfadarse conmigo y decir que nunca tuve cáncer. Recuerdo que volví a tener cáncer después de haber estado en remisión durante 31 años. Cualquiera diría que ya se había terminado. No fue así, mi gente... los pequeños monstruos volvieron por segunda y tercera vez. Como ven, vivo porque amo lo que Dios —que es la promesa de mi vida— me ha permitido darles a los demás. Comparto mi promesa y mi esperanza.

Participo en los estudios clínicos para que, cuando hable con otras personas, puedan entender qué puede hacer, y hará, por ellas un nuevo medicamento o tratamiento. Cuando empecé con esto, no existían todos estos nuevos medicamentos. Las mujeres no hacían preguntas. No se hacían pruebas de detección con ecografía. ¡Sí, soy un dinosaurio!

Vi morir a montones de mujeres y amigas, e hice una promesa: No iba a ver a otra hermana (no importa el color de piel o lo que sea)... Iba a estar a su lado para acompañarla si ella quería. Y sí, los hombres también padecen cáncer de mama.

Podría seguir y seguir, pero si necesitan más, hagan como muchos de mis amigos, familiares y vecinos. Simplemente me llaman y me preguntan: "¿Podrías, o quieres, hablar con este grupo?". Siempre respondo lo mismo, porque es lo único que puedo hacer, y les digo: "Sí, claro, ¿cuándo?". Trato de que sea lo más sencillo y fácil posible. Así es el "método de los duraznos dulces en el camino". Esto siempre me hace sentir esperanza y sé que ayuda a la otra persona. Alguien con quien hablé solo una vez me dijo: "¡Necesitan tus duraznos dulces!".

Doy porque recuerdo que me dieron algo maravilloso. Eso fue el amor por la verdad y cómo el valor que recibí me permitió estar aquí para compartir la belleza de la buena esperanza. Aún no termino, hay más. Simplemente, contáctenme, y podré enseñarle a alguien el método de los "duraznos dulces en el camino".