La historia de Vanessa: Gratitud, valor y el don de la perspectiva

Ante un segundo diagnóstico de cáncer, Vanessa recordó las lecciones que aprendió la primera vez.
 
Vanessa Cuccurullo headshot

Vanessa Cuccurullo es miembro de la comunidad Breastcancer.org en Shelter Island, Nueva York, Estados Unidos.

En enero de 2024, una mamografía de rutina me cambió la vida. No tenía síntomas, ni señales de advertencia; solo una corazonada y un recuerdo de hace una década cuando me dijeron: ‛Tienes un resultado negativo para BRCA, todo está bien’”. Pero no estaba bien. Recibí un diagnóstico de cáncer de mama, carcinoma ductal invasivo positivo para receptores de estrógeno. Una vez más, el cáncer entró en mi vida sin invitación.

No era la primera vez que me enfrentaba al cáncer. A los 20 años sobreviví a un sarcoma sinovial tras dos años de diagnósticos erróneos y una operación de 14 horas para salvar una extremidad. Esa experiencia me formó: me enseñó valor, gratitud y el poder de la detección precoz. También me enseñó a sobrevivir cuando el mundo se tambalea bajo tus pies.

Esta vez, pasé directamente al modo logístico. Soy madre, esposa y realista. Busqué opiniones médicas, me apoyé en compañeros supervivientes y me preparé para lo que viniera después. Mi equipo del Memorial Sloan Kettering me confirmó que era necesaria una mastectomía. Vendimos nuestra casa de Dallas y volvimos a Nueva York para estar más cerca de los cuidados y del apoyo familiar.

Mi experiencia no fue lineal. Me sometí a tres operaciones: mastectomía, reparación de urgencia y cambio de implantes. El dolor era intenso. Los drenajes eran frustrantes. Los expansores de tejido me resultaban incómodos. Lloré. Reí. Maldije. Sané. Y celebré las pequeñas victorias: dar una vuelta a la manzana, ponerme una camiseta de tirantes sin miedo, volver a sentarme a la mesa con mi familia.

Decirles a mis hijos que tenía cáncer fue desgarrador. Mi marido, que ya me había apoyado una vez, se convirtió de nuevo en mi sostén. Les recordé a mis hijos mis primeras cicatrices y les dije: ‛Esta es solo otra historia a la que sobrevivirá su madre’. Y lo hice.

Lo que quiero que la gente entienda es esto: el cáncer de mama no acaba cuando termina el tratamiento. El dolor físico se desvanece, pero las marcas emocionales continúan. Aprendes a vivir en un nuevo cuerpo, con un nuevo tipo de vulnerabilidad y una fortaleza más profunda de lo que nunca imaginaste.

Si te acaban de diagnosticar, este es mi consejo: Haz preguntas, forma un equipo en el que confíes y mantente conectado contigo mismo. El humor ayuda. También lo hacen una buena lista de reproducción, un peinado profesional y un sujetador que no te haga sentir como una paciente (AnaOno fue mi favorito).

La comunidad oncológica me ayudó a salir adelante: compañeros supervivientes, mensajes de esperanza, sabiduría compartida y simples recordatorios de que no estaba sola. Esa conexión lo era todo.

Hoy vivo más enraizada, más presente. Medito todas las noches para calmar mi sistema nervioso y enseñarles a mis hijos que la mente y el cuerpo siempre trabajan juntos. Me lo recuerdo a menudo: este cuerpo no está roto, ha pasado por la guerra y sigue en pie.

La detección precoz me salvó la vida. Así que, si estás leyendo esto, que sea tu señal: programa la revisión, hazte la exploración, haz las preguntas. Podría salvar la tuya.

Y, si estás en pleno proceso, resiste. La sanación no es lineal, pero es posible. Un día olvidarás en qué planta está el consultorio del médico, porque la vida habrá avanzado. Y, cuando llega ese momento de paz... Es como una especie de milagro.