La historia de Sandra: Lecciones que aprendí después de dos diagnósticos
Sandra Christianson es integrante de la Comunidad de Breastcancer.org en Riverside, Rhode Island, EE. UU.
Me llamo Sandra. Nací en 1972. Mis padres se llaman Sandra y John Charles. Tengo una hermana mayor, Suzanne. Viví una infancia llena de amor y alegría. Tengo muy lindos recuerdos de cuando jugaba en los columpios del jardín de mi abuela, cuando mamá nos llevaba de vacaciones con la familia, cuando íbamos a muchos parques de atracciones, disfrutábamos comidas al aire libre y pasábamos todos los días festivos en familia. Me consideraba una adolescente polifacética, feliz y segura de mí misma. Con solo quince años, la tragedia golpeó a mi familia, y mi vida cambió para siempre. Mi madre murió a causa del cáncer de mama y de las complicaciones de una poliquistosis renal. Tenía cuarenta y seis años. De repente, fue como si un tornado me arrancara la vida feliz que llevaba.
De joven, me fui a vivir con mi abuela y con el hermano de mi madre, Gideon. Esa decisión me salvó del camino destructivo en el que me encontraba. Tenía veinte años, estaba sin trabajo, sin hogar y prácticamente sin esperanzas. Mi tío era un hombre sumamente generoso. También era muy estricto. El tío Giddy se negó a permitir mi comportamiento problemático y mi actitud airada. En retrospectiva, me trató con una mezcla de amor y severidad. Yo era la hija que nunca tuvo, y él era el padre que nunca conocí. Me dio la oportunidad que necesitaba para crecer y afianzarme.
El primer diagnóstico
Como mujer productiva a mis 30 y pico, ahora me enfrento a problemas de salud graves. Me diagnosticaron cáncer de mama invasivo. Decidí hacerme una lumpectomía y ahora estoy esperando recibir quimioterapia y radiaciónpara curarme del cáncer. Sé que esta parte de mi vida no será un camino fácil de recorrer, pero tengo que ser optimista y espero librarme del cáncer. Encontré la fuerza y el coraje para superar esto gracias al poder de la oración. Me siento sola y, a menudo, pienso: "¿Por qué Dios me dio esta tarea?". Creo que Dios solo nos da lo que podemos manejar. Debo ser lo suficientemente fuerte para superar este devastador cambio de vida, como ya lo hice antes.
A medida que mi viaje continuaba, me sometí a una cirugía menor a finales de febrero de 2012 para que me colocaran una vía de acceso o un catéter en el pecho. Me dio miedo, pero el personal de enfermería fue muy amable y compasivo conmigo. Durante mi estadía como paciente ambulatoria, recibí sedación consciente, y el dolor fue mínimo. Varias horas después, me enviaron a casa con un corte en el cuello y un pequeño instrumento debajo del tórax, del lado derecho. Este dispositivo le permite al equipo médico extraer sangre y administrar tratamientos sin tener que pincharme cada vez. El hecho de no poder ducharme durante un par de semanas me hizo la vida imposible, aunque los baños con esponja estaban bien. Sin embargo, no ser independiente para lavarme el pelo y esperar a que alguien tuviera tiempo de ayudarme me resultó muy degradante. Tuve la suerte de que varias amistades me dieron prioridad en sus apretadas agendas.
Empecé mi tratamiento con quimioterapia el 2 de marzo de 2012. Cuando llegué al centro oncológico, estaba aterrada. Mi novia, Sue, me acompañó para darme ánimos. Yo tenía los nervios de punta y me preguntaba qué iba a pasar y cómo soportaría el cuerpo los fuertes medicamentos de la quimioterapia. Llegar fue una delicia: vino la enfermera y me llevó a una habitación con un sillón cómodo y una TV, y me explicó todo en detalle. Recibí varios medicamentos por vía intravenosa para las náuseas mientras preparaban la quimioterapia. Apareció una encantadora mujer de una sociedad contra el cáncer y me hizo unos maravillosos masajes relajantes. Luego, recibí la visita de un pequeño perro de terapia. Mis temores se estaban disipando. Una amable señora se acercó varias veces y me ofreció bebidas y comida. Por fin, había terminado la primera sesión de quimioterapia y me iba a casa. En realidad, fue una experiencia agradable en malas circunstancias.
La vuelta a casa después de la quimioterapia no fue tan mala como esperaba. Tomé mis medicamentos para las náuseas según las indicaciones y descansé los primeros días. Vino mi hermana y me acompañó durante varias horas, lo que me hizo muy feliz. Mi amiga, que también es mi vecina, vino a diario y me hizo compañía durante muchas horas. Es una mujer extraordinaria. Nunca me hizo sentir que yo era una carga para ella. Susannah me llamaba y me decía que subiría enseguida, aunque solo fuera para que no me quedara sola. Me tranquilizaba saber que siempre había alguien cerca por si necesitaba algo. Ahora, seis días después de la quimioterapia, me siento bastante bien. Me canso con facilidad, pero por lo demás, no me va tan mal. Algunos días, me resulta difícil comer. Simplemente, tengo que ir un día a la vez.
Varios días antes de mi siguiente tanda de quimioterapia programada, se me empezó a caer el cabello. El pelo que se me caía eran mechones relativamente pequeños que no se notaban demasiado. A continuación, encontré un montón de pelo en la almohada cuando me desperté. Estaba desesperada y atormenté a mi hermana durante horas porque no sabía qué hacer. Después de sufrir por la hermosa y larga melena rubia que tuve alguna una vez y dar vueltas para tomar una decisión, llamamos a un peluquero y me afeité la cabeza. Mirarme la cabeza calva era algo inconcebible. No estaba tan preparadapara el cambio total de aspecto como pensaba. Me serené, respiré hondo y tuve que aceptar mi nuevo yo. Mi mejor amiga Natalie me regaló un par de sombreros, y mi novia Sue me compró un sombrero especial para el cáncer. Además, tengo dos pelucas, así que el lado bueno es que seré quien quiera durante algún tiempo.
La segunda sesión de quimioterapia fue pan comido. Estuve allí unas pocas horas y volví a casa. Me acompañaban mi novia y mi amiga, a la que llamo "Mamá" Susannah. En esta ocasión, el tiempo pasó volando: vimos televisión, almorzamos y nos fuimos a casa. Esta vez, estaba un poco más fatigada y me sentí bastante mal la semana después del segundo ciclo. Sin embargo, en general, creo que le estoy ganando al cáncer como una campeona. Intento por todos los medios que esto no me deprima. Otro gran amigo, Bobby, me dijo: "Tú puedes con esto. Estás a mitad de camino y pronto habrás terminado". Estoy muy agradecida por todo el amor y el apoyo que recibo de todos mis amigos y familiares. Sin ellos, estaría perdida.
El 11 de abril de 2012, fue mi última tanda de quimioterapia. Como antes, pasé unas horas en el centro oncológico y después volví a casa. Aprendí a aceptar los cambios en mi aspecto. Esta vez, no parezco tan enferma. Tengo el ánimo por las nubes, porque Dios me envió un dinero inesperado que me permitirá sobrevivir. Todavía estoy esperando mi seguro de invalidez, algo que me afecta mucho, porque siempre me estoy preguntando de dónde voy a sacar dinero. Sigo padeciendo dolor intenso cada día y, a menudo, me preocupa no saber si todos los esfuerzos que hago por curarme del cáncer tendrán éxito. Si de algo estoy segura es de que el poder de las oraciones me ayudó muchísimo a recuperarme. Estoy muy agradecida a la sociedad contra el cáncer por ponerse en contacto conmigo e invitarme a un cambio de imagen el 23 de abril de 2012. Parece un evento que me va a alegrar el día. Tengo una última tanda de quimioterapia el 2 de mayo y, luego, espero dejar atrás esta parte de mi experiencia de vida con el cáncer.
El 2 de mayo de 2012 fue mi último día de quimioterapia. Tuve un día largo y estoy agotada, pero me fue bien. Mi vieja amiga Marissa vino conmigo y me hizo compañía todo el día. Primero, tenía una consulta con el médico y un turno para hacerme análisis de sangre. Después, tocó descansar un par de horas. Fuimos a McDonald's a almorzar. Luego, de vuelta a la consulta con el médico y a la quimioterapia. Me alegro de haberla tenido conmigo, y ahora esta parte de mi viaje del cáncer ha terminado. La siguiente parte de mi vida empezará en un mes más o menos, cuando tenga que recibir radiación durante 6 semanas. Estoy ansiosa por ver cómo me va.
Tuve un pequeño contratiempo justo antes de la radiación, estuve hospitalizada por dolor en el pecho y falta de aire. Los médicos pidieron una tomografía axial computarizada y, he aquí, detectaron que el cáncer se había diseminado a un ganglio linfático del mediastino. Los médicos también descubrieron que tenía hiperglucemia. La radiación empieza la última semana de junio de 2012. Fue un largo proceso, 5 días a la semana durante 7 semanas. Al principio, no noté ningún cambio en la piel, y todo iba bien. Al cabo de 2 o 3 semanas de tratamiento, empezó el sufrimiento de la piel quemada. De más está decir que pasé un verano difícil, incapaz de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida por el dolor intenso de las quemaduras de tercer grado. Varias veces quise dejar el tratamiento y darme por vencida. Encontré la fuerza para continuar con mucho apoyo de mi familia y de mis amigos. Mis hijas felinas, Tiny y Princess, me dieron su amor incondicional y me ayudaron muchísimo a mantener el espíritu en alto, lo que me permitió, una vez más, superar el tratamiento. Por fin, terminó otra parte de mi experiencia con el cáncer de mama.
Seguir adelante
Los tratamientos han pasado a ser en comprimidos. El tamoxifeno es un medicamento hormonal que tendré que tomar durante varios años. Los efectos secundarios son horribles —bochornos, cambios en el estado de ánimo— y me dijeron que pueden causar muchos otros problemas. Algunos días, no tengo ganas de levantarme de la cama, y otros, me enfado por todo y por nada. Va a ser un camino difícil para mí. A menudo, me siento sola y simplemente lloro y me pongo triste, porque me doy cuenta cada vez más de que la mente y el cuerpo me cambiaron para siempre. A medida que pasan los días y los meses, descubro que la quimioterapia me causa problemas de memoria, y con la radiación, la piel de la mama me quedó dolorida y frágil. Desde mi enfermedad, no puedo caminar mucho, así que tengo que usar un andador con ruedas para sentarme y descansar. Además, la EPOC, la diabetes y el dolor de espalda contribuyen a mis problemas de salud mental y los agravan. Las manos y los pies me duelen constantemente; a veces, me duele todo el cuerpo. Hay tareas sencillas que no puedo realizar, como abrir un frasco de comprimidos o un refresco. Mi novia le quita todas las tapas al desodorante, a los productos para el cabello y a muchas cosas más para que me resulte más fácil conservar parte de mi independencia.
Estuve hospitalizada con una infección bacteriana grave y celulitis de la mama izquierda. Julio de 2013 ha vuelto a ser un mes difícil para mí. Sufrí fuertes dolores de estómago, vómitos, diarrea y tuve fiebre. A principios de mes, tuve un episodio en el que me atraganté con un panecillo. Mi novia, una vez más, estuvo a mi lado y me salvó la vida con la maniobra de Heimlich. Como resultado, me hicieron varios análisis, y estoy a la espera de una esofagogastroduodenoscopia y una colonoscopia. Los médicos me dijeron que la radiación me provocó un estrechamiento del esófago y que tengo una úlcera. Por suerte, tengo las amigas más amables que una mujer puede pedir. Mi íntima amiga, Jeanm, ha sido un verdadero regalo de Dios. Me acompañó en el hospital todos los días para ver cómo estaba, cuidarme y defenderme. Trabaja como asistente social, así que agradezco mucho su orientación y ayuda. Mi otra amiga especial, Lori, me visitaba seguido en casa y en el hospital. Estas dos mujeres especiales siempre hacen pequeños actos de amabilidad, como comprar café, pasar la aspiradora por la alfombra, preparar una cena o simplemente pasar a saludarme. No tengo palabras para expresar lo mucho que su amistad significa para mí.
Pasaban momentos preciosos y la tristeza, el enojo y el resentimiento se apoderaban de mí. La depresión y la ansiedad me llenaban la mente la mayoría de los días. Durante varios años, me seguían fluyendo pensamientos y emociones abrumadoras por la cabeza. Estaba atrapada en un agujero oscuro esperando la inevitable perdición. Los médicos me dijeron “sin evidencia de enfermedad”. Yo estaba agradecida. Sin embargo, todavía estaba emocionalmente paralizada.
En el camino de la vida, me arrojaron otro salvavidas que me sacó de la oscuridad. En 2015, conocí a un perrito sucio y asustado llamado Clyde. Este encuentro casual me devolvió la luz del sol. Al instante, Clyde me eligió como su persona, y comenzaron nuestras aventuras. Juntos nos enseñamos lecciones invaluables y, con el tiempo, se convirtió en mi perro de servicio. Clyde me acompañaba a las consultas con el médico, viajábamos y disfrutábamos de las vacaciones, y la vida volvía a fluir sin problemas.
Un segundo diagnóstico
Pasaron ocho años desde que me diagnosticaron cáncer de mama. Me hacía las mamografíasde rutina y seguían dando resultados normales. En el verano de 2019, en mi mamografía anual, los radiólogos notaron un cambio muy pequeño. Los médicos confirmaron que tengo cáncer de mama invasivo en la otra mama. Me sentí como si estuviera tratando de hacer pie en medio del océano. El agua estaba helada, y la arena me succionaba los pies, sumergiéndome bajo el agua. No pude respirar durante un breve instante y pensé: "¿Cómo voy a hacer para pasar por esto otra vez?".
En mi segunda experiencia con el cáncer, mi mentalidad era diferente. Confiaba en contar con un equipo oncológico lleno de médicos y personal de enfermería expertos, amables, atentos y compasivos que me salvarían la vida. Mi cirujana, la Dra. Cutitar, elaboró el plan para mí. Me hice una lumpectomía y me extirparon algunos ganglios linfáticos. A continuación, me colocaron un catéter y me prepararon para la quimioterapia. La Dra. Strenger decidió qué medicación funcionarían mejor, y recibí quimioterapia durante tres meses. Como mujer que se acercaba a los 50 años, no era tan vanidosa. Mi actitud fue "me encanta cómo me queda la calva". Luego vinieron las temidas quemaduras por radiación durante 8 semanas. Por suerte, cuando la pandemia de 2020, yo estaba a medio camino de terminar con la radiación. Por último, me dijeron que debía tomar inhibidores de la aromatasa, más precisamente anastrozol. Tomé una decisión y rechacé ese tratamiento.
Lecciones aprendidas
Hoy, soy una mujer madura de 50 años y estoy agradecida por la maravillosa vida que tengo. Cuando me diagnosticaron cáncer por primera vez, pensé que mi vida se había acabado, que mi peor destino se había cumplido. Se te agolpan millones de ideas en la cabeza, y el miedo se apodera de ti. Durante ese tiempo, es difícil ver el lado positivo, encontrar un mínimo rayo de luz que te guíe hacia la tranquilidad. El cáncer me dio la oportunidad de crear recuerdos maravillosos y hacer amistades hermosas que de otro modo no habría tenido. Mi experiencia me enseñó a saborear cada minuto. Ahora, acepto todos los momentos vergonzosos de la vida riéndome, porque son recuerdos que perdurarán durante generaciones.